El pasado Jueves Santo, el buen aficionado, Manuel Ramos , publicaba en la Tribuna Libre de ABC que por todos es sabido la gran afición a la tauromaquia de buena parte del pueblo cordobés. En lo antiguo, esta afición era capitaneada por la nobleza cordobesa; las crónicas locales están plagadas de corridas de toros en la que los caballeros ejecutaban al toro toda clase de suertes en la Plaza mayor de la Corredera, que es donde habitualmente se celebraban estos espectáculos.
A
finales del siglo XVIII y principios del XIX, máximo exponente de la tauro
afición fue el Vizconde de Miranda, don Antonio Gutiérrez de los Ríos
, quien pese
a no ser torero, era considerado en Córdoba como el protector de los mismos. Además, decían de él
que era capaz de alancear y matar a un toro como un primer espada de la época.
Es más, algunos toreros contemporáneos, como Pedro Romero, señalaba que no le
preocupaban los triunfos de sus demás compañeros, sino que ' s
ólo podían causarle envidia los triunfos
del vizconde de Miranda
'.
Del
Vizconde se destacaba también su altanería
o lo que es lo mismo su chulería, la
cual puso de manifiesto en varias ocasiones. Se cuentan muchas anécdotas al
respecto, como cierto altercado que protagonizó en una corrida en la que obligó
a la autoridad a sacar al ruedo a un torero, pese a estar condenado.
Muy curioso, y que nos dice mucho de su carácter, fue el incidente que protagonizó con el párroco de San Pedro . El clérigo, al observar que don Antonio llevaba sin confesar un largo tiempo, siguiendo la costumbre de aquella época, escribió su nombre en una tablilla que colocó en la puerta de la iglesia para escarnio público. Lejos de amedrentarse, el Vizconde mandó a un sirviente para que con un trapo lo borrase. Pero el clérigo no se amedrentó y volvió a hacer lo mismo, a lo que el noble respondió esa vez destrozando la tablilla y apostando frente a la puerta a un grupo de seis escopeteros de su guardia con la orden de disparar. El remedio fue eficaz y ya su nombre nunca más apareció en la puerta de San Pedro.
El Vizconde vivía muy cerca de aquella parroquia, en las casas principales que su linaje había poseído en Córdoba desde tiempos de la Reconquista, sitas en plazuela, llamada en su honor, del Vizconde de Miranda . Durante generaciones allí vivieron los Gutiérrez de los Ríos, una de las principales familias que se afinca en aquel barrio. A ésta pertenecieron, además del Vizconde, los marqueses de Escalonias, el Conde de Fernán Núñez, los condes de Gavia o el barón de San Calitxo.
Por desgracia, tanto linaje no fue razón suficiente para la conservación de aquel monumento, de suerte que en los años setenta las casas fueron hundidas para construir modestos pisos en su solar. Sólo se libró de la barbarie, la extensa fachada marmórea de estilo barroco , una de las más imponentes de Córdoba.
En su época de esplendor, decían ser estas casas un maravilloso palacio que disponía de bellos patios y un extenso jardín que lindaba por la parte trasera con las Siete Revueltas de Santiago. Al mismo tiempo. poseían el salón más grande de Córdoba, sólo superado por el Círculo de la Amistad.
Fue en este bello palacio de la Axerquía donde vivió el toro de nombre 'Señorito' . El Vizconde lo había criado en su mano desde muy pequeño, siendo un ternerillo, y aunque bravo, se mostraba noble con él y con los sirvientes de la casa. Pero no penséis que el astado vivía en un establo instalado en cualquier cuadra, sino que cual perrillo caniche, Señorito se movía a sus anchas por aquel palacio y era frecuente encontrarlo sentado junto a su señor en la sala del estrado o en la biblioteca.
Pero como digo, no era manso, y la casta más de una vez le salió con fuerza . En cierta ocasión, viéndose reflejado en un espejo del salón embistió al mismo causando gran destrozo y pavor entre la servidumbre. Éstos y otros hechos similares hacían que del toro Señorito se hablase en las plazas, en los portales y en las tabernas de la época; por supuesto, para criticar al tan querido por los toreros, pero tan odiado por otros, el Vizconde de Miranda.
Murió en el acto
Pero
la desgracia llegó cierto día cuando una doncella que subía por las monumentales
escaleras de mármol del palacio se encontró de frente con el morlaco. En el
último peldaño, el toro salió a recibirla y a hacerle las carantoñas acostumbradas.
Pero la raza y la fuerza del animal hicieron que a un roce suyo, la muchacha
cayera hacia atrás y muriese en el acto.
Esa fue la gota que colmó el vaso, y las autoridades, que tantas ganas tenían al Vizconde, aprovecharon el accidente para cobrarse las chulerías sufridas. De esta forma, y para evitar la cárcel, el noble cordobés, con toda la pena de su corazón, se vio obligado a sacrificar a Señorito . Dicen que nunca ya lograría superar la muerte de su extraña mascota.
Don Antonio Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales, vizconde de la villa de Sancho Miranda, Señor de las Escalonias, falleció en sus casas principales de San Pedro el día 3 de abril de 1817 .
Como no podía ser de otra manera, su cuerpo yace en la iglesia conventual de San Cayetano , debajo del Caído, que es el Cristo de los toreros.
Gran triunfo de Tortosa
Tras leer el anterior artículo, decidí enviarlo a los buenos aficionados por una red social, y me he llevado una grata y curiosa sorpresa con el matador de toros cordobés, Fernando Tortosa, ya que me ha dado todos los detalles de su gran triunfo con "un toro llamado 'Señorito', del Marqués de Albaserrada, en Madrid. Un gran toro, y repito un gran toro, bravo, noble y de transmisión. Al que le corté una oreja, y di dos vueltas al ruedo, ya que el presidente me negó la segunda. Pero lo que sí recuerdo fue aquel gran toro Bravo, no al presidente, ni quién fue".